¿Se está reeinventando la mesa en lo que queda de 2025?

La industria alimentaria atraviesa un año decisivo: ventas en baja, costos en alza y consumidores más exigentes. Cuatro fuerzas clave —reestructuraciones, adquisiciones estratégicas, alimentos funcionales y adaptación constante— están redefiniendo el mercado en 2025.

¿Se está reeinventando la mesa en lo que queda de 2025?
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La industria de alimentos y bebidas atraviesa un momento decisivo. Lo que parecía un terreno seguro —marcas históricas, productos masivos, consumidores fieles— hoy se enfrenta a una realidad más volátil: ventas en retroceso, costos en aumento y un consumidor que exige mucho más de lo que compra.

En 2025, los pasillos de los supermercados son un reflejo de esa tensión. Los carritos van menos cargados debido a la inflación, pero las decisiones de compra pesan más que nunca: ¿este producto es saludable?, ¿vale lo que cuesta?, ¿me inspira confianza? En medio de estas preguntas, cuatro fuerzas están delineando no solo el presente del sector, sino el mapa de lo que vendrá.

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Gigantes bajo presión: resiliencia en tiempos de márgenes ajustados

Los grandes jugadores de la industria han recibido golpes constantes este año. Kraft Heinz, por ejemplo, reportó en su segundo trimestre de 2025 una caída del 1.9 % en ventas netas y del 2.0 % en ventas orgánicas, con un margen bruto ajustado que se redujo en 140 puntos básicos a 34.1 % (Nasdaq).

Más allá de las cifras, la empresa anunció una decisión estructural de alto impacto: dividirse en dos compañías, una enfocada en marcas de crecimiento lento como Lunchables y otra en productos insignia como Heinz y Mac & Cheese (Financial Times). La meta es simplificar operaciones y adaptarse con mayor agilidad a un consumidor que ya no compra por costumbre, sino por valor percibido.

Este panorama se repite en otras compañías. Conagra advirtió que los costos de insumos como el cacao y los huevos afectarán sus próximos resultados, mientras General Mills y Brown-Forman recurrieron a recortes de empleo para sostener márgenes. El denominador común es claro: los grandes nombres de la industria están obligados a repensar su tamaño y estructura para seguir siendo competitivos en un mercado que no da tregua.


Pequeñas compras y Grandes apuestas

Las megafusiones que antes prometían dominar la industria hoy han perdido brillo. El nuevo enfoque se centra en adquisiciones más pequeñas, dirigidas y estratégicas. PepsiCo marcó la pauta al adquirir la soda prebiótica Poppi por $1.95 mil millones, con ingresos estimados de $500 millones en 2024 y liderazgo en el segmento gut-health en EE. UU. (PepsiCoFT).

El movimiento refleja un cambio de mentalidad: no se trata de aumentar litros o toneladas, sino de adquirir relevancia cultural y funcional. Hershey hizo lo mismo con LesserEvil, especializada en snacks saludables, y Ferrero con WK Kellogg para fortalecer su presencia en cereales. En todos los casos, la lógica es clara: la profundidad en un nicho es más valiosa que la amplitud dispersa de un portafolio.

Sin embargo, estas operaciones no están exentas de riesgos. Poppi, por ejemplo, enfrentó una demanda por publicidad engañosa y acordó un pago de $8.9 millones en 2025 (The Sun). Este detalle recuerda que las adquisiciones no solo compran crecimiento: también heredan desafíos reputacionales. La clave está en la integración cuidadosa y en mantener la confianza del consumidor, que hoy se construye tan rápido como se pierde.


Del precio a la funcionalidad

El consumidor actual no se conforma con llenar su despensa: quiere que cada producto aporte algo más. Según datos de NielsenIQ, el 53 % de los consumidores globales en 2025 afirma que busca beneficios funcionales en los alimentos—desde energía y concentración hasta salud digestiva— como factor decisivo de compra.

Esto explica por qué los fabricantes invierten en ingredientes premium, etiquetas limpias y reformulaciones que eliminen aditivos artificiales. Es un esfuerzo costoso: sustituir colorantes sintéticos, mejorar el perfil nutricional o incluir componentes funcionales eleva el gasto de producción. Sin embargo, no hacerlo significa quedar fuera de un mercado que premia la transparencia y la percepción de autenticidad.

El reto aparece cuando estas innovaciones deben convivir con un escenario económico complejo. En Estados Unidos, por ejemplo, los ajustes recientes en el programa SNAP —que beneficia a más de 41 millones de personas— han reducido la capacidad de compra de una parte importante de la población (USDA). Esto plantea una interrogante estratégica para el sector: ¿cómo lograr que los alimentos con mayor valor nutricional y funcionalidad estén al alcance de todos? La manera en que la industria responda a esta pregunta puede marcar la diferencia entre ser percibida como un actor exclusivo o como un aliado en la vida cotidiana de los consumidores.


Adaptarse o quedar rezagado

Lo que está ocurriendo en 2025 no es una crisis temporal, sino un cambio estructural. La industria alimentaria se enfrenta a un futuro donde la adaptación no es una opción puntual, sino una condición permanente. El ciclo de innovación, antes planificado en horizontes largos, ahora se mide en meses o incluso semanas, empujado por consumidores hiperconectados y regulaciones más exigentes.

Las compañías que logren prosperar serán aquellas que combinen resiliencia financiera con flexibilidad cultural. No basta con recortar costos o lanzar un nuevo producto: es necesario construir confianza sostenida, interpretar las señales débiles del mercado y actuar con rapidez antes de que la competencia lo haga.

Al final, lo que está en juego no es solo la rentabilidad corporativa, sino la relación que tenemos con la comida en nuestra vida cotidiana. Cada ajuste en el sector —desde la reformulación de un snack hasta la compra de una marca emergente— resuena en nuestras mesas. Y en esa conexión, las empresas tienen la oportunidad de reinventar no solo sus portafolios, sino también la confianza que depositamos en ellas.

Reinventar la mesa no significa simplemente cambiar recetas o logos.

Significa aceptar que la comida es cultura, es salud y es confianza. Las empresas que entiendan que la relevancia no se compra, sino que se construye cada día, serán las que definan no solo el 2025, sino la próxima década.

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