La Caída Inesperada de un Gigante Enlatado
Del Monte, la histórica marca de frutas y vegetales enlatados, se declaró en bancarrota tras 139 años. Su caída revela cómo la nostalgia y la falta de adaptación pueden destruir incluso a los gigantes. Una historia con valiosas lecciones para marcas y emprendedores.

Si alguna vez caminaste por los pasillos de un supermercado, seguramente viste el icónico logo de Del Monte: frutas y vegetales enlatados que prometían frescura y practicidad en un solo envase. Sin embargo, en julio de 2025, este símbolo histórico anunció lo impensable: Del Monte Foods se declaró en bancarrota y está en búsqueda de un comprador para salvar la marca.
Del Monte no es cualquier empresa. Fundada en 1886 en California, la compañía se convirtió en un pionero de la alimentación industrializada, acercando frutas y verduras a millones de hogares. Durante décadas, el simple hecho de tener una lata de duraznos o guisantes Del Monte era símbolo de progreso y modernidad en la cocina.
Con el tiempo, la empresa diversificó su portafolio y añadió marcas como Joyba Bubble Tea, Contadina (productos de tomate) y College Inn (caldos y sopas), intentando mantener relevancia frente a nuevos hábitos de consumo. Sin embargo, esa historia de éxito centenaria ahora se ve empañada por una combinación de desafíos internos y presiones globales.


La razón oficial, según su CEO Greg Longstreet, apunta a “un entorno macroeconómico dinámico” que hizo insostenible el negocio. La frase puede sonar a cliché corporativo, pero detrás de ella se esconden realidades mucho más profundas.
Hoy, los consumidores buscan cada vez más productos frescos, opciones locales y alimentos listos para comer, pero con menos procesamiento. La lata, que una vez fue sinónimo de innovación, se ha transformado en un símbolo de algo “viejo” o “poco saludable” para nuevas generaciones.
Además, la creciente popularidad de las marcas blancas (private label) ha desplazado a gigantes tradicionales como Del Monte, obligando a competir en precio, algo que su modelo de negocio no soportó. Por si fuera poco, los aranceles al acero y aluminio elevaron significativamente el costo de las latas, asfixiando aún más sus márgenes.
Las finanzas que asfixiaron el futuro
Más allá de los cambios en el consumo, Del Monte también enfrentó un problema silencioso: su deuda. La compra por parte de DMPL, financiada con deuda, puso una presión constante en los balances. Con los intereses superando sus ingresos operativos antes de impuestos y depreciación (EBITDA), la empresa quedó atrapada en un círculo vicioso de pagos y reestructuraciones.
El resultado: cierre de plantas, como la reciente clausura de la procesadora de frutas en el estado de Washington, y una red de operaciones cada vez más reducida.
En su declaración oficial, Del Monte estimó pasivos entre 1 y 10 mil millones de dólares y hasta 25.000 acreedores. A pesar de ello, la empresa asegura que seguirá abasteciendo supermercados mientras se desarrolla el proceso de venta, gracias a una inyección de liquidez de 912,5 millones de dólares que obtuvo para mantenerse operativa.


Pocas marcas logran lo que Del Monte consiguió: ser un ícono cultural durante más de un siglo. Sin embargo, aferrarse demasiado a esa nostalgia puede volverse una trampa. Mientras la competencia apostaba por formatos innovadores, nuevos envases y propuestas alineadas con las tendencias de bienestar, Del Monte mantuvo su corazón en la lata.
El resultado no solo es un negocio en crisis, sino también una lección para toda la industria:
el éxito pasado no garantiza relevancia futura.
La caída de Del Monte deja enseñanzas valiosas. Primero, la reinvención no es opcional. Acomodarse en una posición histórica sin escuchar al mercado es una receta para la irrelevancia.
Segundo, la deuda puede ser una espada de doble filo. Si bien facilita expansiones o adquisiciones rápidas, sin un plan sólido puede convertirse en la razón de tu caída.
Y tercero, el consumidor moderno premia la transparencia, la frescura y la innovación. Las marcas que mejor se adaptan son las que entienden que cada generación reescribe las reglas del juego.
Hoy, el futuro de Del Monte depende de encontrar un comprador que no solo quiera adquirir activos, sino también relanzar el alma de la marca. Con la nostalgia como punto de partida y no como ancla, el nuevo dueño podría rescatar su esencia y reconectarla con el consumidor contemporáneo.
Mientras tanto, miles de empleados, agricultores asociados y comunidades enteras observan con incertidumbre. Porque, al final del día, Del Monte no solo es una empresa: es una historia que forma parte de la memoria colectiva de varias generaciones.
Quizás aún quede espacio para un nuevo capítulo, uno donde la lata deje de ser un peso y vuelva a ser una promesa.